Este relato lo escribí expresamente para la comunidad de Google+ a la que pertenezco Escribiendo que es gerundio.
Los creadores de la idea son Julia C. (Blog: palabrasylatidos.blogspot.com ) y Francisco Moroz (Blog:abrazodelibro.blogspt.com.es).
El primer reto consistía en escribir un relato a partir de una serie de refranes que nos dieron a elegir. Yo me decanté por La maestra ciruela, que no sabía leer y puso una escuela.
He de aclarar que en el relato que vais a leer he añadido algunas frases, ya que el máximo de palabras que el reto permitía eran 400, y yo, en la primera versión, me excedí y recorté la historia hasta quedarme con las 400 que debían ser.
Aunque ésta es la versión extendida, por llamarlo de alguna manera, no cambia la tónica de la historia, ni varía la esencia de ésta.
Añadiré que para inspirarme en el patio pensé en la familia malagueña de mi madre, que vive en un pequeño recinto de casitas blancas en Marbella y comparten un patio de vecinos que siempre me ha parecido acogedor.
Espero que os guste!
Se
había convertido en una rutina adquirida. Los días de sol, la
señora Guillermina se colocaba su delantal verde con manchas de
lejía, llenaba de agua la regadera de plástico y, tras proteger sus
manos con guantes gruesos salía al patio de vecinos con la intención
de cuidar de sus flores. En realidad, no eran suyas, pertenecían a
las cuatro familias que compartían el recinto, pero como nadie más
se preocupaba porque daba mucho trabajo, ella las sentía como suyas.
Margaritas, geranios y rosas blancas.
Guillermina
bajó el escalón, despacio. Primero un pie, después el otro, con
cuidado, y salió al patio de vecinos con su andar torpe de mujer
gruesa. El sol de media mañana golpeaba fuerte el suelo de losetas,
y rebotaba en las paredes de las casas que lo rodeaban, provocado un
blanco que cegaba. Regó las rosas, comprobó que no tuvieran bichos,
y las roció con un espray para que lucieran lustrosas. Sugus,
evitando el calor, la observaba desde la puerta con las orejas
levantadas. Todo el mundo sabe que los perros prefieren el suelo
fresco, y el chiguagua de Guillermina no era ninguna excepción.
Aquel
día Guillermina se mostraba más exigente de lo normal.
Las
paredes no están lo suficientemente blancas, una capa de pintura no
vendría mal. Pulir un poco más el patio no haría daño a nadie.
-¿Qué
haces, Guillermina?
A
elevar la mirada, encontró a Carmen, la viuda que vivía enfrente,
asomada al balcón. Vestía su bata de mercadillo y los rizos color
cobre se le arremolinaban despeinados.
-Esta
tarde viene mi hermana, y quiero que se sienta cómoda - respondió.
-¿Tu
hermana Ciruela?
-Sí,
sólo tengo una hermana.
-Pues
vaya.
Guillermina
volvió a lo suyo con una mueca de reticencia. No sabía por qué
Carmen llamaba Ciruela a su hermana, pero se había cansado de
preguntar y recibir como única respuesta risas sarcásticas.
Eran
las cinco cuando el Mercedes verde aparcó bajo los pinos.
Guillermina los esperaba impaciente, en la puerta principal por la
que se accedía al patio de vecinos. Primero bajó Rita, con su
camisa blanca muy bien planchada y el nuevo corte de pelo
desenfadado. Cada vez que la veía estaba más joven. Al ver a Quim
tras ella, descubrió que la juventud que le sobraba a su hermana le
faltaba a su cuñado. Estaba...cómo decirlo de una forma amable...un
poco cascado.
Cuando
el matrimonio de jubilados llegó a la entrada del patio se
abrazaron, se besaron, y compartieron unas cuantas palabras fútiles,
y justo cuando accedían al interior, Rita dijo llevándose la mano
al pecho:
-¡Ay
dios mío! ¿y el caniche? ¿Lo habrás escondido, no?
-Sí,
tranquila. Lo he encerrado en la habitación de planchar, y no es un
caniche, sino un chiguagua.
-Es
lo mismo, reina.
Aunque
a Guillermina le molestaba el tono con el que Rita pronunciaba reina,
arrastrando las palabras, no dijo nada al respecto.
-No
es lo mismo, un caniche es blanco y peludo.
-Es
un bicho de la calle y todos tienen enfermedades, ¿no lo sabes?
-Sugus
no tiene ninguna enfermedad.
-Tu
bichito es un vagabundo, y tú no eres María Teresa de Calcuta.
Accedieron
al interior. Antes de cerrar la puerta de casa, Guillermina alzó la
vista, presintiendo que Carmen todavía la observaba desde el balcón.
No se equivocó. Allí estaba la mujer, siendo espectadora de la
situación como quien va al cine. Sólo le faltaba el bol de
palomitas. Guillermina no tuvo más remedio que evitarla.
Se
sentaron a la mesa. Guillermina se sentía orgullosa del modo
elegante en que había dispuesto la mesa. Había comprado un mantel
blanco, y había colocado correctamente las tacitas con sus platitos
y los terrones de azúcar. Se había basado en esas imágenes
inglesas donde las señoras de moño cano que visten con traje
chaqueta adornan sus casas con antigüedades bonitas. Pero lo único
que recibió de Rita fue otra queja:
-Ay
Guillermina, quítate ese delantal. Tiene manchas de lejía.
Guillermina
obedeció.
-Me
lo he puesto esta mañana para regar las plantas y me he olvidado de
quitármelo.
-Si
llevas ropa sucia puedes coger enfermedades. ¿No lo sabes?
Guillermina
hizo caso omiso, porque pensó que Rita, pese a su tono repelente,
llevaba algo de razón.
-¿Quieres
té? -dijo echando mano a la tetera.
-Yo
sí, gracias- respondió Quim.
Normalmente
no hablaba mucho porque su mujer acaparaba todas las palabras y él
apenas encontraba una oportunidad de pronunciar palabra.
-¿Dónde
has comprado estas pastas? -dijo Rita - Las pastas de mantequilla
pueden disparar el colesterol ¿no lo sabes?
-Unas
pastitas no hacen daño a nadie. ¿no
lo sabes?- y
enseguida se arrepintió de haber pronunciado la coletilla de su
hermana. El retintín
es para los orgullosos.
-Ay
Guillermina, tú tienes sobrepeso. Cualquier día nos das un susto.
Yo te puedo aconsejar sobre cómo llevar una vida sana. Lo que
deberías hacer es salir más de esta casucha, ir de compras, tomar
café en una cafetería, donde puedas tener amigas.
-Ya
tengo amigas.
-No
me digas. ¿La cotilla del balcón?
Guillermina
se sintió ofendida por la ofensa a Carmen, pero de todos modos
calló.
Rita
y Quim se marcharon a las siete. Para entonces, Sugus rascaba la
puerta de la habitación donde la habían encerrado. Cuando
Guillermina cerró la puerta del patio, Carmen la esperaba sentada en
el poyete.
-¿Y
tú de dónde sales?
-He
venido a verte.
Guillermina
se sentó junto a Carmen. Corría un soplo agradable que provocó que
las mujeres callaran unos segundos.
-Así
que ya se ha marchado Ciruela?
-¿Se
puede saber por qué la llamas así?
-Ya
sabes...la maestra Ciruela..
-¿Qué?
-...Que
no sabía leer y puso una escuela.
Y
Guillermina soltó una carcajada.