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lunes, 29 de mayo de 2017

Relato: ¡Maldita primavera!


Este relato lo he escrito para la comunidad  de Google+ a la que pertenezco Escribiendo que es gerundio. El reto trataba sobre escribir un texto que tuviera de título ¡Maldita primavera! o que en algún momento se hiciera referencia a esta expresión. A mí me ha quedado un relato sobre un pobre hombre que va a pagar caro un despiste. 
No es un texto muy extenso, pero una de las condiciones era no superar las 400 palabras. 
¡Espero que os guste!


-En garde!
Monsieur Fablet parece muy seguro de sí mismo al desenvainar la espada ropera. Su pulso es firme, y su peluca apenas se ha desajustado, incluso podría decirse que se mantiene intacta y que los rizos blancos enmarcan con la misma elegancia su rostro empolvado. No transpira, a pesar de que el sol golpea fuerte para ser una mañana de mayo. Quizás su temple radica en su familiaridad con la situación. Debe de acumular momentos como ese. Eso es, cuenta sus duelos ganados como si fueran perros de caza. Sin embargo, el espíritu de Jean Paul es menos belicoso, y su presencia en ese instante, menos honorable. Su frente se ha inundado de un sudor frío.
¿Cuántos testigos hay? ¿seis? ¿siete? No lo recuerda y echa un ojo al patio. Sin embargo, deja de contar antes de haber concluido ¿Qué importa eso ahora?
Y ese instante, Jean Paul empieza a arrepentirse de su conducta. ¿Por qué miraría el escote de Madame Fablet? No había sido para tanto. De acuerdo, quizás sí se embobó, pero es que la mujer contoneó su cuerpo, con ese andar tan suyo de la nobleza... y sus dos... croissants apretaditos en el corsé. Lo admite, se embobó, pero Monsieur Fablet ha exagerado al respecto.
La poca valentía de Jean Paul se ha esfumado como la fortuna de María Antonieta. Sabe que el valor nunca ha fluido por sus venas y no empezará a hacerlo ahora. Es mayo, es primavera, es de día y hace un calor asfixiante. Los rayos le ciegan los ojos. Y así, sumido en su pesar de hombre arrepentido, echa a correr. Monsieur Fablet, ante la mirada de los pocos espectadores, lo persigue.
Jean Paul abandona el patio, sin saber que el tintineo de sus zapatos delata su camino. Avanza entre los muros sin un destino demasiado definido, hasta que abandona el recinto y se detiene en el jardín. El laberinto le parece una buena idea. Allí no podrá encontrarme, se dice a sí mismo. Corre con un deje de desesperación, y se adentra en el camino. Pero al tomar la primera bifurcación se topa con la realidad. Es mayo y la lavanda ha crecido entre las hierbas, impidiendo el paso. ¿Desde cuándo hay lavanda en Versalles?Desenvaina la espada ropera y, atacando a la vegetación, trata de abrirse paso.
-¡Maldita primavera!
Los zapatos de Monsieur Fablet resuenan cada vez más cerca.


jueves, 11 de mayo de 2017

Relato: Reto con frases de Mia Lozano: Desnúdate, desnúdame.


En respuesta al reto con un título de Mia Lozano que ha publicado en su blog http://sweetcoffeelatte.blogspot.com.es/  he escrito un relato con el título: Desnúdate, desnúdame.

Espero que os guste:

Mis compañeros del trabajo piensan que me gusta ir a comer al italiano por la lasaña de verduras que cocinan los miércoles. Y aunque se llama La bella venezia, nosotros lo conocemos así: el italiano. Cada día, cuando llegan las dos de la tarde y nos encontramos en las escaleras de la entrada, nos hacemos la gran pregunta ¿dónde comemos hoy? Nos gusta variar, ir cada día a un lugar diferente, sobre todo a Edgar, que es inglés y se encuentra en pleno proceso de inspeccionar la ciudad. Cuando nos reunimos y citamos el abanico de posibilidades, a veces me encojo de hombros, adaptándome, y a veces respondo: al italiano. Otras veces es Carlos quien lo propone. Vamos al italiano, que a Mireia le gusta. Yo soy Mireia, claro.
El caso es que los tengo engañados. La lasaña de verduras es uno de los mejores platos que he probado, y el restaurante, a pesar de su aspecto alargado, un poco de cueva, resulta agradable a la vista por las fotos de góndolas que cuelgan de las paredes. De acuerdo, tampoco es que sea la panacea de la gastronomía, de hecho preparan comida para llevar y reparten a domicilio. Así que más bien es un restaurante normalito. Pero como he dicho, no es en la lasaña de verduras donde radica mi interés, sino en Toni, el camarero de pómulos altos y nariz recta. Es el hijo del jefe, Roberto, un señor corpulento y ojeroso que cree que habla bien el castellano. Todo esto lo sé porque he realizado mi estudio. Es sorprendente la de cantidad de información que uno obtiene en Internet. El caso es que cuando Toni nos sirve la comida, empiezo observando sus manos grandes agarrando el plato de pasta, o en mi caso la lasaña de verduras, y entonces recorro con la mirada sus brazos, que son tersos y varoniles. Llego hasta su cuello donde la barba mal afeitada amenaza con salir. Me gustan los hombres con barba a medio asomar.
Pero creo que Edgar y Carlos no se han dado cuenta de que Toni me gusta. O eso quiero pensar. De hecho, no les he comentado que el sábado pasado me acerqué al medio día y me compré una pizza vegetariana para llevar. Toni se encontraba tras el mostrador, con su uniforme blanco y negro que le hacía parecer más moreno de lo que es. Intercambiamos unas cuántas palabras superfluas, me preguntó dónde trabajaba exactamente y me explicó que su familia es de un pueblo cercano a Florencia, pero que no se considera La Toscana. Y entonces, mientras me explicaba sus inicios de camarero en aquel restaurante basura, mi mente comenzó a idear la situación idónea. Dejaría pasar una semana, y el siguiente sábado llamaría para encargar comida a domicilio. Seguramente me la traería Toni. Se colocaría el casco, y su moto subiría la calle de Sants hasta llegar a mi portaría. No satisfecha con esto, mi imaginación voló un poco más allá ¿Y si le abría la puerta con ropa de estar por casa un tanto sugerente? No me refiero a un camisón, eso quedaría raro, y yo no quiero asustar a Toni. No hay tarea más difícil en esta vida que reconquistar a un hombre. No, no, debía de ser algo más informal pero que llamara su atención. Le ofrecería una cerveza, por el esfuerzo de venir a casa y subir cinco pisos. Es lo que tiene vivir en un piso viejo de Barcelona, que los ascensores no responden siempre a las necesidades humanas. Y entonces, cuando bebiera la cerveza bien fría, yo le diría: desnúdate, desnúdame.
Y entones Roberto le hizo una señal a su hijo, que se entretenía cuando había tantísimos clientes por atender. Cogí mi pizza y me volví andando a casa. El sábado siguiente sería otro día, y aún quedaba un miércoles de lasaña de verduras por vivir.

Pero esta historia sobre mi interés por Toni ni Edgar ni Carlos la conocen. A ellos sólo sería capaz de explicársela con muchas cervezas de por medio. Así que viven engañados, porque soy muy discreta ¿no?

martes, 18 de abril de 2017

Reto con título, de Mia Lozano: 27 lunas



En respuesta al reto con un título de Mia Lozano que ha publicado en su blog http://sweetcoffeelatte.blogspot.com.es/  he escrito un relato con el título: 27 lunas.

Espero que os guste:

El posadero la observó con un deje de incredulidad. Clavó los ojos en ella como si estudiase las verduras del mercado. Y cuando lo hizo, la frente se llenó de surcos sucios.
-mmm...- dijo acariciándose la barba áspera y descuidada.
-Ya se lo he dicho- insistió ella.
Empezaba a perder la paciencia y su voz sonó algo brusca cuando prosiguió:
-Necesito llegar cuanto antes. Así que debo marcharme ya.
-Sí, sí, Praga. Ya lo has dicho. Pero quedarte una noche más no va a retrasarte demasiado. Es tarde, ¿no ves que una joven no puede viajar sola, y menos a estas horas?
Ella dio un paso atrás, tan rápido que se piso el vestido y tropezó. Aunque la madera rancia lo separaba de él, el olor a vino y ese diente solitario la repugnaba.
-Disculpe, pero eso es asunto mío.
-Mira, te recomiendo que dejes tu caballo junto a los míos, mi esposa te dará ropa limpia. Cena algo, distráete y bebe nuestra cerveza artesana.
-Gracias, pero ya he probado su cerveza, ya he comido lo que necesitaba. Ahora debo continuar mi camino. Lo siento, pero me marcho. Si no me dice cuantas monedas le debo me iré sin pagar.
-Pero qué chica más impaciente eres. ¿Sabes lo que tardarás en llegar a Praga?
-No, pero me marcho ya.
-Está lejos. Tan lejos como 27 lunas.
-¿27 Lunas?- su cara adoptó una expresión a medio camino entre la incredulidad y el hastío. Estaba empezando a perder la paciencia.
-Eso, sí. Praga está a 27 lunas.
Tomó aire, para calmarse a sí misma. Desesperada al descubrir que no conseguiría que el viejo entrase en razón, se dio la vuelta y se marchó del antro.
-Ehhh ¿no vas a pagarme? - se escuchó débil la voz del posadero.
Cuando ensillaba el caballo su mirada se desvió, sin pretenderlo, hacia el cielo. Ahí estaba la luna, redonda enorme, amarilla. Una luna, pensó.
Le quedaban 26.