martes, 31 de octubre de 2017

Relato: Mañana será otra noche


¡Hola a todos!

¿Cómo se os presenta Halloween? Yo tengo una fiesta de disfraces en casa, así que la foto de cabecera pertenece a la decoración. 
Últimamente parece que este día ha perdido un poco la tradición española y ha dado paso a otra más americana. Y es que ya casi nadie habla de la fiesta de las castañas. En fin, a mí las castañas tampoco me acaban de gustar, ni el Moscatel, aunque sí los panellets, esa masa densa y calórica que se come en Cataluña.


Mi relato de Halloween habla un poco de eso, precisamente, la pérdida del valor de la tradición y de la frivolización de la misma. ¡Espero que os guste!



Mañana será otra noche

Mientras esperaba a que llegasen los niños, Henry Sanders comprobó el estado de su disfraz. Atusó la capa de vampiro y pasó las palmas de las manos por el pelo engominado. Suerte que las canas le habían crecido desproporcionadas, centradas a ambos lados de la cabeza, y eran como los mechones que Elsa Lanchester había lucido en la novia de Frankenstein.
Vale, los suyos eran más naturales. Pero al fin y al cabo, mechones gruesos de canas grises.

En realidad, se dijo, los niños están hechos de pasta clásicay disfrutan con los monstruos de toda la vida: Vampiros, hombres lobo, Frankenstein, la Momia…Recibirlos disfrazado lo iba a convertir en el vecino más guay y molón del barrio.

Había nacido en Jackson, Mississipi, pero había marchado a las afueras cuando la ciudad empezó a crecer y a edificarse hacía arriba, cuando los edificios se apiñaron entre ellos y la gente perdió los modales. Brookhaven, con su aspecto residencial y sin ambición de crecer, se ajustaba más a sus necesidades tímidas. En Brookhaven no había escándalos, sólo familias felices que de vez en cuando paseaban la bandera confederada. Ahora vivía en una casa modesta aunque espaciosa, de ventanas de guillotina y tejado triangular. Y un jardín. Sobre todo, un jardín. La forma redonda del frondoso árbol que crecía justo al lado de casa, cubría parte de su furgoneta blanca.

Si quiero ir a Jackson sólo tengo que conducir una hora. Salgo a las nueve, cuando el sol ha declinado, y a las diez ya estoy en mi antigua casa familiar, explicó una vez a la señora Mallon. Y ella, que en sus años de trabajadora activa había impartido literatura en el instituto de Brookhaven, le había ofrecido una sonrisa amable aunque desconfiada. Ay, señor Sanders, qué gracioso es usted. Y ahíla señora Mallon, dio por finiquitada la conversación, lo cual hizo pensar a Henry al respecto. Todo el mundo sabe que esta señora es una cotilla, ¿por qué no quiere saber nada acerca de mí? Y la conclusión fue rápida: la mujer desconfía y me teme.

Henry se acercó a la ventana e hincó una rodilla en el sofá que había como repisa. Se sintió orgulloso de la disposición de su jardín, con las calabazas clavadas en los picos salientes de la barandilla y las simulaciones de telaraña colgando de un lado a otro. Desde casa contemplaba su decoración brillar. Dirigió la mirada hacia el otro lado de la calle y divisó la casa de la señora Mallon y su decoración austera. Esa señora es incapaz de disfrutar de la mejor noche del año.

Tres niños se acercaron. No supo distinguir de qué iban disfrazados, pero ¿qué importaba eso? Esperó a que picaran para abrir la puerta y al salir al exterior, levantó los brazos con expresión terrorífica. La niña, que iba disfrazada de pollo amarillo, a saber por qué, dio un paso atrás.

Uuuhh – exclamó cuando se recompuso – Qué disfraz más guay que lleva señor Sanders.
Henry la contempló desde arriba. No debía de deshacerse de su postura terrorífica.
¿Cómo sabes mi nombre?
Lo pone en el buzón.
Ah, claro.
¡Truco o trato!
Y dio un par de saltos infantiles. Al fondo, una niña con traje de princesa y un niño disfrazado de lo que le pareció ser un zombi, esperaban en silencio.
Henry llenó las manos de caramelos y los dejó en la cesta de la niña.
¿Por qué vas de pollo? ¿Quieres que se te lleven las brujas?
Las brujas no existen, qué gracioso que es usted.
Henry puso los ojos en blanco. No era gracioso, ¿por que no dejaban de decírselo?
Además no voy de pollo – prosiguió la niña-. Voy de Pikachu.
¿De pica qué?
Pikachu.
No sé qué es eso. ¿Es un demonio?
La niña estalló en una carcajada.
Qué gracioso es. Me gusta su disfraz de vampiro, sus colmillos son...guauuuu. Dan miedo. Me gustaría saber dónde los ha comprado.
De repente, Henry notó que su pecho se llenaba de orgullo, y la seguridad se apoderó de él.
¿Y si te digo que no los he comprado? ¿Que son míos porque soy un vampiro?
Y la niña volvió a deshacerse en una carcajada.
Lo que yo diga, es usted muy gracioso.

¿Lo que yo diga? ¿Por qué esa niña hablaba como una organizadora de bodas? Después, se volvió, con un golpe de melena rubia, reflejando una dignidad que no necesitaba mostrar, y se alejó entre las calabazas brillantes. Cuando llegó donde sus amigos, comentaron algo. Oyó decir a la princesa qué tío más rata, podría habernos dado más chuches. Y se fueron calle abajo.

Cerró la puerta un tanto confuso. Por niñas como ella había huido de Jackson. Niños sin infancia, sin fantasía. Adolescentes que viven como adultos y sufren sus momentos de decadencia. Y adultos que ya no se sorprenden. En resumen, gente muy cascada. En sus tiempos, los niños gritaban al ver a un vampiro. Pero claro, ¿cómo no iban a gritar si lo relacionaban con Boris Karloff? Solo su nombre provocaba escalofríos. Ahora para ellos, los vampiros eran seres radiactivos que iban al instituto y saltaban entre los árboles. Por favor, ¿cuántos años llevaban repitiendo curso la gente de Crepúsculo? ¿El director del instituto no sospechaba nada al respecto? En fin, no era nadie para juzgar a los vampiros más famosos de la edad moderna.
Poco a poco la calle se sumió en la actividad. Una luna redonda y tiznada cubría el pueblo y provocaba una claridad siniestra sobre las familias y los disfraces. Las voces adquirieron intensidad, y Henry recuperó la ilusión que la niña cínica le había robado de un plumazo a base de frialdad.

El segundo niño no venía acompañado de un grupo de amigos, sino por su padre, un hombre joven con gafas redondas de empollón.
¡Truco o trato!
Y Henry repitió el mismo número de nuevo. Alzó los brazos con la capa bien cogida tratando de infundir miedo. Esta vez, el niño ni tan solo parpadeó.
Truco o trato– repitió.
¿Al mismo Conde Drácula quieres dedicarle esa cara tan seria?
Déjelo–comentó el padre con expresión aburrida–, está cabreado porque no voy a comprarle la bici que quiere.
Me lo prometiste– arguyó el niño. Frunció el ceño, con lo cual, conjuntamente con la iluminación de las calabazas, se le marcaron las pecas de la nariz–. Me dijiste que me comprarías la bici.
Te dije una bici, no la más cara de la tienda.
Pero si eres rico, ¿qué más te da?
Qué más quisiera yo ser rico. No digas estupideces.
Uuuuhhhhh– Henry trató de suavizar el ambiente imponiendo un poco de terror.
Sus dientes molan– dijo el niño enfurruñado, y de repente, ya no lo parecía tanto.
Molan porque son de verdad.
Puf, sí claro. Truco o trato.
Y Henry volvió la llenar las cuencas de las manos con caramelos.
¿Eso va a darme?
El padre le propinó una pequeña colleja.
Se dice gracias.
¡Gracias de qué, si casi no hay caramelos!
Tengo que darle a los demás niños– se justificó Henry.
Sí, claro, pues todos para ellos, porque yo no los quiero.
En un acto de rebeldía, el niño vació la cesta a los pies de Henry.
¿Qué te he enseñado?– dijo el padre, molesto–. Cuando lleguemos a casa irás al rincón de pensar. ¿Eso quieres?
Cuando se hubieron marchado, Henry recogió los caramelos del suelo. Se agachó torpemente, y al levantarse decidió chupar una piruleta de fresa.
Puaj.

La tercera visita eran dos adolescentes vestidas de animadoras zombis. Llamaron a la puerta y al ver a Henry se agarraron por la cintura ejecutando un gesto sexy.
Hoy es su día de suerte abuelo, es el día que dos estudiantes quieren comerle.
¿Que me qué?
Se echaron a reír. Henry las miró un instante, confuso. ¿No se suponía que era una fiesta de niños? Y ¿abuelo? ¿Qué iba a ser él un abuelo? En ese instante un coche estacionó ante su casa y uno de los ocupantes le lanzó un huevo. No llegó hasta Henry, evidentemente, pero estalló en la hierba del jardín, junto a una de las calabazas.
Después, las zombis sexys salieron corriendo y se me metieron en el coche, el cual arrancó con rapidez. Y al cabo de poco, la estupefacción de Henry le impedía adivinar si la anécdota de las animadoras zombis había ocurrido de verdad o lo había imaginado. En fin...

Las horas siguientes no fueron a mejor. Se presentó una niña disfrazada de médico sangriento, también hubo más princesas de Frozen, unos cuantos esqueletos, una india con el hacha ensangrentada, el responsable del Kentucky french chicken, una leopardo que nada tenía que ver con Halloween, y un pirata con llagas en la cara. Ah sí, y otro Pikachu, o como fuera que se llamase.

Tratar de entender a la sociedad le producía cierto cansancio. Y también decepción. Era como si el destino le impidiera disfrutar de la mejor noche del año. ¿Dónde se había perdido? Decidió retirar el cuenco de caramelos y no abrir más la puerta. Estaba agotado. Se dirigió a la cocina y abrió la nevera, de la cual extrajo un tubo de plástico lleno hasta los topes. Mejor en vaso, se dijo, y sacó uno del lavavajillas.
Se sentó a la mesa del salón y al primer trago, un regusto amargo le invadió la boca. Como ahora todos eran vegetarianos o veganos, y hacían planes Detox que incluían la ingesta de batidos verdes, la sangre había perdido el sabor. Ya no era como antes. La próxima vez que fuera a Jackson, a por el pedido mensual, pedirá sangre de gente no vegetariana. Estaría contaminada de tabaco y pesticidas en los tomates, pero al menos tendría sabor. Dejó el vaso allí mismo, ya lo recogería mañana, y se adentró en el pasillo que llevaba al sótano. La mejor noche del año también había perdido la magia. En fin…
Abrió el ataúd, y se amoldó entre los cojines. Qué esponjoso, pensó feliz. Y al poco cayó en un estado de sopor. De repente abrió los ojos, como si una alarma interna lo hubiera despertado. Cogió la tapa del ataúd y la cerró. Quizás debería dormir en una cama, como el resto de vampiros auténticos, pensó, total, todos se están volviendo locos. Cerró los ojos y colocó las manos cruzadas sobre el pecho. Qué desperdicio de energía había sido Halloween ese año. Ahora quedaba un año entero para la siguiente fiesta. Decidió no agobiarse demasiado, tenía toda la eternidad para celebrar Halloween. Y así, se durmió.

Mañana será otra noche, pensó justo antes de caer en un sueño profundo.

¡Os deseo una gran noche de Halloween a todos! A disfrutar mucho de las brujas y los vampiros.







Como no soy una bruja de verdad, no tengo un gato negro, pero para mí, mi Alfie es el gatito más bonito del mundo :) 
Y como veis, está un poco "asustao" con tanta telaraña.









miércoles, 25 de octubre de 2017

Sobre literatura: Novelas que me sorprendieron para bien


¡Hola a todos!
¿Cómo va vuestra semana? A mí se me está haciendo un poco larga. Me he apuntado a un curso de fotografía que empecé hace unas semanas, así que a partir de ahora intentaré que la foto de cabecera esté hecha por mí.
También me he planteado escribir sobre temas literarios, que no sean relato o reseña. Hace tiempo escribí sobre Gabriel García Márquez y elegí las cuatro de sus obras que más me gustaron.


Lo llamé Sobre literatura, así que voy a mantener el título. Hoy voy a escribir sobre novelas que me sorprendieron para bien. No es que las subestimase antes de iniciar la lectura, solo que me gustaron mucho más de lo que había imaginado.




1. El lector

Tiene delito que no esperase una maravilla de esta novela, pero es que la portada me llenó de prejuicios. La encontré en casa de mis padres, junto a las novelas de Daniel Stelle de mi madre (una manera muy rara de ordenar libros, por cierto). Todavía no se había rodado la película, y a mí la historia no me sonaba de nada. El caso es que la novela era de mi hermano, se la había leído en el instituto y me la recomendó. Y aun así, la portada me provocaba rechazo. Después he ido encontrándome en las librerías portadas que me han gustado un poco más, bastante más, de hecho. Pero yo tengo la correspondiente a la imagen de arriba, (y digo tengo, porque obviamente, el libro me lo quedé, creo que nadie dudaba de esto...).
Para quien no conozca la historia, aunque creo que la mayoría sí, está ambientada en la Alemania de la posguerra, y trata sobre un chico joven que se enamora de una mujer adulta. En sus encuentros, él le lee historias (el por qué se averigua más tarde), hasta que ella es acusada de criminal de guerra nazi, habiendo sido la encargada de llevar a la cámara de gas a las mujeres que se encontraban en los campos de concentración. Además de la espiral de emociones a la que se enfrenta el protagonista, también me gustó la manera en la que se explica el sentimiento generacional de vergüenza que la juventud de esa época manifestaba hacia sus mayores implicados en el Holocausto.
El lector ha sido uno de mis grandes descubrimientos literarios, aunque es verdad que con el tiempo, Kate Winslet y Ralph Fiennes me hubieran descubierto la historia, porque la película es igual de bonita.



2. El señor de las moscas

En este caso, sabía que la novela era un clásico, pero no imaginaba encontrar una joya de la literatura, ni que la trama me absorbiera tanto: Tras un naufragio, un grupo de niños consigue sobrevivir y en una isla desierta instauran un sistema social basado en las leyes que ellos mismos consideran adecuadas.
Mientras lees la novela lo que encuentras es una mezcla de psicología y análisis social. Realiza  bastante hincapié en la crueldad humana, aunque sea a una edad tan temprana. Me gustó la filosofía del libro, cómo se genera una sociedad partiendo de cero, y que cada personaje asuma un rol según su personalidad. Ahora la considero una obra maestra que está en mi lista de novelas preferidas.



3. El alquimista

Nunca he visto un libro con opiniones tan dispares como El Alquimista. 
Una vez escuché un comentario de alguien a quien no le había gustado este libro. Dijo que las novelas hay que leerlas en el momento adecuado de la vida, y que El Alquimista, no le había gustado porque “no era su momento”. Bueno...esto me parece una reflexión sobre la que no sé si quiero pensar mucho al respecto. No sé si esto es verdad o mentira, entiendo que el estado de ánimo puede provocar que un libro te llene más o menos, imagino que lo importante es empatizar con el personaje, pero el caso es que a mí sí me gustó esta novela, y bastante. Dudaba de ella porque normalmente no suelo leer libros de autoayuda (aunque los cuentos de Jorge Bucay me encantaron, pero “para de contar”), y no nos vamos a engañar, El Alquimista tiene dosis de autoayuda camufladas en novela. Está explicado con una narrativa muy ágil, y lo que me gustó no fue la moraleja que te convence de que si deseas algo puedes llegar a conseguirlo, y que siempre debes creer en ti mismo, toda esa reconvención filosófica...sino la manera de cuento clásico con la que está narrada. Un pastor y sus ovejas…y el pastor emprende un viaje…
No diría que es una de mis novelas preferidas, pero sí que me gustó mucho.





4. La joven de la perla

Fue la primera novela que leí de Tracy Chevalier, y decidí leerla porque ese año había visitado Ámsterdam (viaje de fin de carrera) y en el Rikjksmuseum había visto el cuadro de La lechera. No entiendo de arte, pero en el viaje descubrí que me gusta Johannes Vermeer. Así que...¡un libro que hablaba de él! Pues tenía que leerlo. Me lo esperaba con una tendencia bastante romántica y esto me echaba para atrás, pero en cuanto inicié la lectura...¡sorpresa! Tiene un punto romanticón, claro, pero no la llegaría a catalogar dentro de ese género. No hay promesas de amor eterno. Es un romance más real, y la relación entre el pintor y su musa se va gestando de forma gradual, más verídica de lo que esperaba.
La novela me encantó, me pareció muy bien ambientada, y muestra una Holanda desastrosa y dura. El personaje principal (que en el cine acabó interpretando, Scarlett Johansson o creo que lo acababa de interpretar, no me acuerdo) me gustó por la manera en que está construido, con una personalidad muy definida, y con las prioridades muy claras. Me fijo mucho en la construcción de los personajes, y me sorprendí al encontrar a Griet tan bien realizada. De hecho, creo que en breve voy a hacer una relectura de esta novela.


Supongo para todo el mundo existen libros que quedaron por encima de las expectativas generadas y también a la inversa, que constituyeron la más profunda decepción. Para mí, estos cuatro, me sorprendieron de una manera muy positiva.



domingo, 22 de octubre de 2017

Reseña: Cometas en el cielo



DATOS DEL LIBRO

Título: Cometas en el cielo
Editorial: Ediciones Salamandra, S.A.
Autor: Khaled Hosseini
Nº de páginas: 378
Género: Narrativa
ISBN: 978-84-7888-885-6

Sinopsis.

Sobre el telón de fondo de un Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales, la vida en Kabul durante el invierno de 1975 se desarrolla con toda la intensidad, la pujanza y el colorido de una ciudad confiada en su futuro e ignorante de que se avecina uno de los periodos más cruentos y tenebrosos que han padecido los milenarios pueblos que la habitan. Cometas en el cielo es la conmovedora historia de dos padres y dos hijos, de su amistad y de cómo la casualidad puede convertirse en hito inesperado de nuestro destino. Obsesionado por demostrarle a su padre que ya es todo un hombre, Amir se propone ganar la competición anual de cometas de la forma que sea, incluso a costa de su inseparable Hassan, un hazara de clase inferior que ha sido su sirviente y compañero de juegos desde la más tierna infancia. A pesar del fuerte vínculo que los une, después de tantos años de haberse defendido mutuamente de todos los peligros imaginables, Amir se aprovecha de la fidelidad sin límites de su amigo y comete una traición que los separará de forma definitiva. Así, con apenas doce años, el joven Amir recordará durante toda su vida aquellos días en los que perdió uno de los tesoros más preciados del hombre: la amistad.



Opinión personal.

Cometas en el cielo, o The kite runner, era una novela que tenía pendiente desde hacía bastantes años. En realidad, no era la novela sino al autor, Khaled Hosseini, a quien iba postergando. No sé por qué, ya que era consciente de que sus historias me gustarían. Decidí empezar por Cometas en el cielo, así que Mil soles espléndidos sigue en mi lista de lecturas pendientes. A decir verdad, me ha gustado tanto esta novela que no creo que tarde en leer el resto de su obra.

Cometas en el cielo cuenta una historia tan real sobre la calamidad existente en Afganistán que es imposible que tanta dureza no llegue a afectar mientras lees, y si algo me ha gustado del autor, ha sido la capacidad de crear ternura entre la hostilidad. Desde la primera página me sentí atrapada por la historia de Amir, el protagonista de la novela, un niño Afgano que se ve obligado a madurar repentinamente por las diferentes experiencias a las que está condenado a vivir.

Al inicio de la historia, Amir es un niño normal y corriente de Kabul, que desea ganar un concurso de cometas junto a su mejor amigo Hassan, un hazara socialmente inferior. La relación entre ambos resulta conmovedora, igual que la amistad entre los padres de los niños (no puedo contar demasiado sin hacer spoilers). Sin embargo, con la llegada de la guerra la vida de Amir cambia por completo. Se refugian en Pakistán, de donde después deberán huir también.

Cada personaje me ha parecido entrañable a su manera, y las relaciones forjadas entre ellos las considero el punto fuerte de la novela. La relación de Amir con Hassan está a medio camino entre lo complejo y lo tierno. Normalmente se suele decir que las cosas de niños no tienen importancia y que se perdonan rápido. Quizás esto solo sea aplicable cuando el contexto no es un lugar tan hostil como Afganistán en guerra. El caso es que, como he dicho antes, no quiero destripar demasiados detalles ni hacer spoilers, es mejor encontrarse con las sorpresas. Y admito que, aunque todo el mundo es consciente de que Afganistán es un país roto y desolado en todos los sentidos, social, económico…, una cosa es imaginar y otra muy distinta leerlo como una realidad.
Otra relación con un alto grado de intensidad es la establecida entre Amir y su padre. Me ha parecido que ésta se transformaba según la madurez del niño y se iba desarrollando hacia un lado u otro.

Es verdad que es una novela dramática, repleta de personajes desgraciados que a veces parecen incapaces de levantar cabeza. Pero aun así, me ha parecido brillante, tanto los diversos escenarios que el autor describe, como las situaciones, especialmente, la manera con la que Amir acaba canalizando todos y cada uno de los sentimientos frustrados que le causan los sucesos vividos.

Resumiendo, es una novela que considero interesante por el momento histórico al que hace referencia, y recomendable por la trama, como he dicho antes, entrañable dentro de la tragedia.




















martes, 17 de octubre de 2017

Relato: Interstate 5 (Parte 3)


¡Hola a todos! Os dejo la tercera parte de la historia de Dani y Natalia por tierras californianas.
Para los que queráis acceder a la primera y segunda parte aquí tenéis el link:


''Espero que os guste!! :)

Al tratar de ponerse en pie, Dani efectuó un gesto nervioso que le quedó violento. Cuando se apoyó en la mesa, ésta se agitó ligeramente. Lanzó una mirada a la dueña del establecimiento, a medio camino entre el desafío y la inseguridad, y sin pronunciar palabra se adentró en el pasillo que conducía al lavabo de mujeres. Encontró una estancia cuadrada, blanca y pequeña, que también hacía función de trastero. Una fregona mugrienta descansaba sobre un cubo de plástico carcomido. Un váter sin tapa, y una pica amarillenta. Eso era todo. Llamó a Natalia pero no obtuvo respuesta. Después se dirigió al lavabo de hombres. Nada. Natalia tampoco estaba allí.
Volvió a la sección restaurante, el matrimonio lo contemplaba distante, como si no comprendiera.

¿Por qué lo miraban así? Ellos habían secuestrado a Natalia.

Cogió aire, tratando de poner en orden las ideas. Estaba igual de enfadado que asustado.
–¿Algún problema?– dijo el hombre de rostro aporcelanado.
–Yo he venido con una chica, se llama Natalia. ¿Dónde está?
–Le repito que usted ha venido solo.
–Por favor–prosiguió el hombre–, le voy a pedir que abandone el local, está asustando a mi señora.
Dani dio media vuelta y volvió a llamar a Natalia. Dio cuatro gritos pero no obtuvo respuesta, y finalmente, desesperado, se dirigió a la calle.
Al abrir la puerta el sol fuerte le cayó como una losa. Se detuvo junto al jarrón de cerámica, para poder pensar con calma, lejos de esos dos secuestradores y a saber qué más.
–Señor, voy a llamar a la policía si no se marcha– comentó la señora a sus espaldas.
–No, a la policía la voy a llamar yo.
Dani oteó el perímetro. La gasolinera, el Starbucks, el Burger King, todo permanecía en su lugar. Incluso la furgoneta blanca continuaba allí. Y entonces vio algo de luz, una esperanza remota. El chico pelirrojo. Él tendría que servir de ayuda. Se acercó a toda prisa y la chica de la gasolinera, al verlo, se alarmó. En un inglés mediocre pero suficiente le pidió que llamase a la policía y ella, que no tendría más de veinte años, obedeció. Inmediatamente caminó entre los coches, buscando al chico pelirrojo de la furgoneta blanca. Al fondo, la pareja de mexicanos aún lo observaba trajinar.
–Perdonad, perdonad, me he cruzado antes con vosotros.
–Si – dijo el chico pelirrojo.
–Me habéis visto, ¿verdad?
–Yo no–dijo una chica que posiblemente era menor.
–Yo no–dijo otro desde dentro.
–Yo sí– dijo el pelirrojo.
–De acuerdo, entonces, me has visto ¿Y has visto que iba con una chica? Una chica rubia, no muy alta.
El pelirrojo dudó.
–Sólo te he visto a ti. Lo siento, no me he fijado.
Dani emitió un suspiro desesperado.
–Oíd–señaló al matrimonio que, desde la distancia, seguía siendo testigo de los actos de Dani–. Ese matrimonio de ahí ha secuestrado a mi novia, la tienen encerrada a saber dónde. Ha ido al lavabo y no ha vuelto. De eso debe de hacer veinte minutos.
Ante la noticia la gente se arremolinó.
–Está bien–dijo la chica de la gasolinera con tono pacificador–. La policía está de camino. Ya los he llamado, no tardarán en llegar, cálmese.
Dani le devolvió la mirada al matrimonio.
Qué impotencia.

Estos debieron de sentirse cohibidos, o cansados de la escena ¡A saber! Y entraron de nuevo en el local cerrando la puerta a sus espaldas.
La policía llegó pasado un cuarto de hora, cuando Dani daba pequeños pasos sin rumbo en la puerta de la gasolinera.
La chica, le hacía una compañía silenciosa a unos pocos pasos de distancia. Él ni siquiera advirtió su intento de apoyo moral, y cuando la pareja de policías, mujer joven y hombre mexicano de mediana edad, inspeccionaron el restaurante, él casi no le dirigió la palabra. Ella no lo reprochó, claro, porque ya se sabe que en momentos de tensión no hay cabida para las tonterías.
Al poco, la pareja de policías salió del local. Comentaron algo en la puerta, como si realizasen un pacto entre ellos, o ultimasen los detalles, y después se dirigieron hacia la gasolinera.
–No hemos encontrado nada fuera de lo normal.
–¿Qué? ¡Venga, hombre!
El policía habló con firmeza, con la mirada puesta en el recinto, y aquel gesto a Dani lo desesperó todavía más.

Al menos podría mirarme a la cara mientras me habla, ¿qué falta de respeto es esta?

Vio como subía la cintura del pantalón de una forma muy chabacana, casi pueblerina.

Por favor, que estamos cerca de Los Angeles, no hay catetos en esta zona. Pues parece que sí.

–¿Tiene pruebas de que una mujer viajaba con usted?
–¿Cómo que si tengo pruebas? Pues claro que las tengo.
Trató de calmarse, alguien nervioso pierde toda credibilidad. Pero, ¿cómo iba a ser capaz? Habían secuestrado a Natalia, y mientras, los mexicanos mostraban una actitud distante y asustadiza, como quien asume el inconveniente de tratar con un cliente chalado. Refugiaban su emoción en el buen actuar de la policía. Les habría destrozado ese local barato a machetazos, hasta encontrar a Natalia.
–Han secuestrado a mi novia–repitió como si tratara de hacer entender a un niño.
–No hemos encontrado a nadie.
De repente, a Dani se le ocurrió una idea.
–Venga conmigo.
Se dirigió al Chevrolet, con paso rápido. A esa hora el calor había atenuado y un aire más agradable se había instaurado en su lugar.
–Su maleta está en el coche.
Pero al abrir el maletero encontró únicamente la suya.
–No lo entiendo, aquí estaba su maleta. La maleta gris de Natalia.
–Mire, hemos contactado con el hotel de Los Angeles, dicen que usted se alojó solo. Que no le acompañaba ningún hombre ni ninguna mujer. Además, hemos revisado los vuelos con los llegó a Los Estados Unidos y no existe ningún pasajero con el nombre que usted asegura. No hay ninguna Natalia.
–Ni hablar, ¿qué dice? Yo he venido con una chica, usted está con ellos, se ha puesto de su parte.
El policía le pidió que él mismo llamase al hotel y Dani así lo hizo.
Una voz femenina le respondió. Trató de mantener la calma y le pidió que le confirmara la reserva.
–Vino solo– contestó la chica.
Dani colgó, ahora asustado y sin entender. La pareja de policía tenía una actitud tajante, como si diera por finalizada la situación.
–Por favor, márchese del restaurante y no vuelva.
–Váyase si no quiere que le detenga.
Subió al coche y arrancó, no porque tuviera intención de marcharse, sino porque la cercanía con el restaurante no le permitía pensar con claridad. Era como si le robara la energía. Se detuvo a unos pasos, y por el retrovisor divisó la silueta de los policías estancados junto al parking vacío del local. Tuvo la impresión de que lo trataban como a una amenaza y harían guardia hasta que se marchase. Sólo por precaución.
Miró el móvil. Las fotos, en alguna foto debería aparecer Natalia. Puf, apenas tres fotos del paseo de la fama y en ninguna salía Natalia. ¿Por qué no haría más fotos? Era un viaje, la gente hace fotos en los viajes. Se llevó las manos a la cara. ¿Dónde estaba Natalia? ¿Y si la habían matado? ¿Y si traficaban con sus órganos? Una idea tras otra cruzó su mente. A cuál peor. Era curioso la manera que tiene la imaginación de dispararse cuando el miedo la invade. Y por último...¿Y si estaba loco? Un día, en una discusión llevada al límite Natalia se asustó porque, según dijo, Dani se inventaba cosas. Y lo llamó esquizofrénico. Pero era por su tozudez y su necesidad de control. No porque estuviera loco. Natalia no hablaba en serio aquel día, sólo era una discusión. Aunque si Natalia no existía quizás sí sufría la enfermedad. ¿Natalia no existía? ¿Qué debía hacer? ¿Llamar a casa y preguntar a su madre si Natalia era real? El hotel, los de la compañía aérea, la policía...¿cómo podían compincharse? ¿Y a maleta? Vale, la maleta era fácil, sólo tenían que abrir el coche. La compañía aérea debería comprobarlo por sí mismo, pero ¿y el hotel? ¿También estaban con ellos? No podía ser, era una casualidad muy difícil de cumplirse. ¿Natalia no existía? Y que Natalia no existiera le dio más miedo que todo lo anterior, quizás no porque él estuviera loco, sino por el hecho de que de repente, la necesitaba a su lado. ¿Qué es peor? ¿Echar de menos a alguien que ha desaparecido o a alguien irreal?
Tengo que llamar a casa, decidió, y que mis padres piensen lo que quieran. Si estoy loco, pues estoy loco, pero tengo que saber si Natalia existe.
Apenas tenía batería, así que abrió la guantera del coche para buscar el cargador. No pretendía quedarse a media conversación. ¿Qué le diría a su madre? No te asustes, pero quiero saber con quien vine de viaje.
Encontró el cardador rápido, era persona ordenada. Cerró la guantera con un golpe seco y entonces, a los pies del asiento del copiloto, vio restos de arena. Miró el asiento. Una ligera mancha oscurecía el tapizado. Y al pasar la mano por encima, notó la humedad en los dedos.

Porque Natalia, todavía llevaba la ropa mojada. 

domingo, 15 de octubre de 2017

Reseña: El cuento de la criada




DATOS DEL LIBRO

Título: El cuento de la criada
Editorial: Ediciones Salamandra, S.A
Autor: Margaret Atwood
Nº de páginas: 416
Género: Narrativa
ISBN: 9788498388015

Sinopsis.

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood (Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2008) a principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy.
En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela —o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir— le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes a mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.




Opinión personal.

La primera vez que oí hablar de esta historia fue en el canal de YouTube de Iris de Asomo. Decía que tras ver el primer capítulo de la serie de HBO, la había aparcado para poder leer la novela. Después explicó cuatro pinceladas sobre la historia y eso bastó para querer leerla. Yo no sabía que existía una serie llamada así, y resultó que cuando la mencioné, mucha gente de mi alrededor había empezado a verla o tenía intención de hacerlo.

Tenía muchas ganas de leer el libro, aunque creo que hubiera sido mejor no saber nada en absoluto de la historia, porque la sorpresa de la trama hubiera sido mayor. Aun así me ha gustado muchísimo, prácticamente no la dejé hasta terminarla. El primer día leí 120 páginas, y abandoné el libro cuando ya no me quedaba más remedio.

La novela está ambientada en una distopía y habla sobre una sociedad teocrática donde la mujer ha perdido los derechos y es juzgada únicamente por su capacidad o incapacidad de procrear. Esto se debe a que el índice de esterilidad femenino ha decaído en los últimos años. En consecuencia, las pocas mujeres fértiles son reclutadas (cazadas más bien) y llevadas a una comunidad donde viven en habitaciones donde están prácticamente aisladas. La seguridad de estas habitaciones es extrema, de manera que el mobiliario y las ventanas están escogidos para que ninguna de ellas pueda cometer un suicidio en un momento de desesperación.
A las mujeres que se rebelan, que no sirven para ninguna función y a las intelectuales las llevan a las llamadas Colonias, que es una especie de campo de concentración, donde por las condiciones de vida acaban muriendo. Los hombres que se consideran insurrectos son ejecutados.



A las criadas se las obliga a vestir un traje rojo y una cofia blanca, y son destinadas a servir a un matrimonio. La manera de servir es la siguiente: dado que la esposa es estéril, el marido deberá dejar embarazada a la criada que se les asigne para que pueda dar a luz al bebé que ellos criarán. Dado que la sociedad las obliga a servir de tal modo, podría definirse como una violación. El caso es que tampoco son concubinas, ni consideradas esclavas sexuales, dado que su deber es prestar su cuerpo para la procreación y no la satisfacción del hombre (o al menos, así lo “vende” el gobierno). Tienen prohibido verse con el marido asignado a solas, y en el momento del acto sexual la esposa también debe de estar presente. Esto, lógicamente, también supone una frustración para la esposa, ya que a nadie le gustaría presenciar algo así.

-Ya puedes levantarte- me indica-. Levántate y vete.
Se supone que a fin de aumentar las posibilidades debe dejarme reposar durante diez minutos con los pies sobre un cojín. Para ella es un momento de meditación y silencio, pero no está de humor para ello (…) Antes de volverme veo que Serena Joy se arregla la falda azul y aprieta las piernas; se queda tendida en la cama, con la mirada fija en el dosel, rígida como una efigie.
¿Para cuál de las dos es peor?¿Para ella, para mí?

En esta sociedad las mujeres están divididas en tres grupos: las esposas, las Martha (servicio doméstico) y las criadas.


He oído y leído que esta novela está catalogada como feminista. La verdad es que últimamente feminismo es un término muy difícil de definir con precisión, ya que a veces he detectado contradicciones. Tema de definiciones aparte, no sé si la novela es feminista o no, lo que sí es, o al menos me lo ha parecido, una crítica al machismo. Dicho esto, mientras leía la novela, he sentido una gran impotencia en muchas ocasiones. Antes he citado un párrafo del texto, donde la esposa y la criada sufren, cada una por motivos diferentes. Lo que no puedo entender es que (en la novela) puedan existir mujeres que vean esta práctica con buenos ojos, que defiendan esta sociedad. Me crispa que una mujer que le diga a otra que si la violaron en el instituto es culpa de ella por provocar al hombre, o que el único deber de la mujer es tener hijos, que deberían sentirse contentas por haber sido elegidas para una tarea como alumbrar los hijos de un matrimonio estéril. Me parece inaguantable, pero la realidad es que durante siglos la mujer ha tenido que sufrir este tipo de acoso.

Otra cosa que me ha gustado de la novela es que está escrita en forma de reflexión interna, siempre en primera persona por la protagonista. Hay muchas frases cortas pero impactantes, donde la protagonista piensa y piensa y piensa, y se desespera, y se hunde y decide hacerse fuerte. Y esto la convierte en una novela bastante psicológica.

En conclusión, decir que El cuento de la criada me ha encantado es quedarme corta. Es una lectura que recomiendo. De momento llevo dos capítulos de la serie, y cuando la acabe podré compararlas. 




viernes, 13 de octubre de 2017

Relato: Interstate 5 (Parte 2)





¡Hola a todos! ¿Hacéis puente? 
Aquí os dejo la segunda parte del relato Interstate 5. 

Hace tiempo alguien me sugirió en los comentarios que si publicaba una historia por partes, era mejor añadir el link de las entradas anteriores. La verdad es que tiene sentido, así que aquí dejo el enlace de la primera parte:

https://todoloqueelvientosedejo.blogspot.com.es/2017/10/relato-interstate-5-parte-1.html

La tercera y última, la publicaré el martes.  
Espero que os guste!!




El interior del local tenía algo de cavernoso, incluso parecía que allí dentro la atmósfera se volvía menos tórrida.
Tras la barra, una señora enjuta los observaba un tanto expectante. Natalia diría que no era expectación en el buen sentido. Dani, que sólo era una anciana como cualquier otra.
Tenía el pelo negro, con rizos cortos y alborotados que recordaban a las pelucas cutres de carnaval. El movimiento de los brazos, mientras secaba un vaso de cristal, marcaba una delgadez casi raquítica. Junto a ella, un señor mayor había tomado asiento en el taburete mientras escribía algo sobre la barra. Parecía inmerso en su propio pasatiempo. Sin levantar la mirada, escribía fuerte sobre el papel.

Quizás, si sigue así, acabe haciendo un agujero, pensó Natalia.

El hombre se pasaba la palma de la mano por la cabeza, acariciando la calva, como si se asegurara de que los pocos pelos que le quedaban seguían ahí. Sin embargo, la señora menuda no había apartado la mirada en ningún momento, ni que fuera por una fugaz timidez, un sentimiento de invasión, y tampoco ofreció signos de amabilidad.

La sensación de molestar en un restaurante no debe de ser buena, pensó.

Sin embargo, Dani mostró mayor decisión. Cruzó el local con menos recelo y cuando estuvo frente a la señora, apoyó el cuerpo en uno de los taburetes tapizados e inició una conversación en inglés con la intención de pedir una mesa para dos. Natalia ni tan solo lo intentó. Se limitó a ejercer su papel de espectadora.

Que siempre deba ser él quien hable, pida la cuenta, la comida... ¿es un gesto cortés o machista? En cualquier caso, está fuera de lugar. Me hace sentir inútil. No estamos en los años sesenta, no necesito que nadie hable en mi lugar. ¿Y cómo podría ser cortés? Ese tipo de cortesía no existe ya. Quizás sólo es su modo de mantener las cosas bajo control y lo malinterpreto. No soy una inútil y quizás no me está tratando como tal. Sólo se siente más seguro así. No te agobies, no pienses, no merece la pena.

Con discreción, Natalia echó un vistazo al local que tan malas vibraciones le provocaba. Tal como había predicho, Dani y ella eran los únicos clientes. A la derecha de la barra y separadas de ésta por un amplio pasillo, las mesas de madera formaban una hilera larga que debía de llegar...¿hasta los lavabos? Sobre estás, en la parte donde no había ventanas, divisó insignias deportivas que no supo reconocer. Lo asientos estaban formados por pequeños sofás cuyo tapizado desconchado fue anteriormente de un azul celeste muy vivo. O debió de serlo. Tomó aire y al volverse vio que el señor rellenaba crucigramas en castellano. Tenía la piel demasiado unificada, demasiado brillante, como de porcelana.
Al fin, la señora preguntó:
Where are you from?
Natalia fue consciente de que había perdido el hilo de la conversación pero enseguida se puso en situación. Dedujo, por el tono de la señora, que en un acto desesperado de entenderse con Dani, trataba de buscar palabras en otro idioma. Cuando él contestó que venían de España, la señora efectuó un gesto de admiración. A Natalia le pareció una de esas gallinas viejas y negras de las granjas.
–¿Por qué no lo dijisteis antes?–exclamó con acento mexicano–. Aquí hablamos todos español.
La mujer salió del mostrador, y al bajar el escalón apoyó la mano diminuta en la pared para obtener soporte. Después echó a andar por el local mientras, agitando una mano, les indicaba que la siguieran.
Los acompañó a la mesa más luminosa, junto a una ventana desde donde se divisaba el Starbucks.
–Aquí estaréis bien– dijo, y encendió la tele que colgaba justo encima.
–Gracias–dijo Dani ojeando la carta.
–Gracias– añadió Natalia.
–¿Tú también hablas español? Vaya, qué sorpresa, no lo diría, tan rubia que eres, tienes pinta de gringa.
Natalia forzó una sonrisa, aunque pensó que no le había quedado del todo falsa. Pidieron nachos y una hamburguesa, porque era lo que a Dani le apetecía y en su mente, cuando salían a comer, la situación funcionaba de la siguiente manera: o los dos somos sanos, o los dos pecamos. A Natalia no le importó esta vez, la ensalada tampoco tenía muy buena pinta.
–Mal país para una vegetariana, eh–bromeó Dani.
Natalia sonrió. No es que fuera una vegetariana que cumplía el régimen de manera estricta, pero limitaba el consumo de carne a escasas ocasiones.
Se acomodó en la butaca y dejó la ropa a su lado.
–Creo que va a venir.
–¿Qué?
–El marido, creo que va a venir.
Natalia desvió la mirada hacía la barra. Efectivamente, el señor de rostro brillante los observaba, muy curioso. Tardó poco en levantarse del taburete y acercarse.
–Dice mi señora que hablan ustedes español–dijo cuando estuvo junto a ellos.
–Sí–añadió Dani–, qué suerte haber entrado aquí.
El señor permanecía de pie, en una postura muy recta y con las manos cogidas a la espalda. Parecía más dispuesto a soltar un recital que a entablar una conversación. Había algo extraño en su expresión, o tal vez sólo era la piel aporcelanada, demasiado unificada.

No creo que este señor se haya puesto bótox, pensó Natalia.

–¿Habéis visto el tiempo en Texas?
Dani y Natalia se miraron, agitaron la cabeza en señal de negación, y soltaron un inseguro no.
–Pues está inundada. Yo soy de Texas, pero mi papá era mexicano. Mi esposa nació en méxico, pero al poco su familia se mudó.

Lo que faltaba, pensó Natalia, ahora nos va a contar su vida.

Dani atendía al señor, con los dedos entrelazados y la cara apoyada en las manos. Y Natalia lo observa a él. Sabía que era menos sociable que ella y que por dentro debía de estar despotricando por la necesidad de diálogo del hombre. Dani necesitaba un mínimo de aislamiento con los desconocidos. Pero las formas le podían, y fingía que la historia del señor de rostro extraño le interesaba. Porque Dani era así, muy muy muy agradable. Claro, muy agradable cuando no tenías que aguantar sus desvaríos maniáticos, entonces sí, era muy muy muy agradable.
Y el señor prosiguió. Ahora, su hijo, que se casó con una profesora de instituto, vivía en Texas, en una ciudad que ni Natalia ni Dani fueron capaces de identificar, ni tan sólo estaban seguros de haberlo entendido bien. Ella enseñaba literatura y su hijo vendía coches de segunda mano.
–¿A dónde os dirigís ahora?
–A San Francisco.
–Ah, ¿y vais por la Interstate 5?
–Sí, es lo más rápido.
–Lo mejor habría sido que fuerais por la costa. No hace tanto calor y el paisaje es más bonito. ¿De dónde venís?
–De Los Angeles, aunque hemos parado en Malibú.
Y entonces Dani recordó algo. Se volvió hacia Natalia y le preguntó.
–¿Aún tienes la ropa mojada?
–Sí, un poco.
Lo dijo con fingida paciencia, pero Dani, si notó el sarcasmo, no lo comentó. A ella le sabía mal por el hombre, normalmente era mucho más amable, pero lo único que quería en ese momento era acabar de comer para poder cambiarse de ropa en el baño. Empezaba a incomodarle el bikini.
–Ah, Malibú. Es una playa bonita. ¿A Texas no vais a ir?
Qué manía con Texas. Ni iban a Texas, ni le apetecían ir a Texas. Ni si quiera les pillaba de camino Texas. De repente, Natalia temió que aquel hombre se quedara junto a ellos mientras comían. Se sentiría muy incómoda si así ocurría.
Sin embargo, cuando la señora menuda se acercó con los platos gigantes, el señor aporcelanado se marchó, y al otro lado del local, tomó asiento en el taburete y siguió con sus crucigramas.
–Uf, pensaba que se quedaría– expresó Natalia con un tono de alivio.
–Sí, yo también.
Comieron comentando que en aquel país todo era a lo grande. En la tele, un partido de fútbol americano creaba discordia en las gradas.
–¿Te has bebido toda la coca-cola?– preguntó él sorprendido.
Ella se encogió de hombros.
–Coca-cola, hamburguesa, este país te está cambiando – bromeó.
Ella reaccionó con una sonrisa.
–Ya sabes, sólo bebo coca-cola cuando me deshidrato o cuando tengo resaca, y esto parece el desierto, así que me siento entre ambas cosas.
Dani respondió con una risa, y de repente, la tensión del viaje se suavizó.
–Aún estás a tiempo de ir a Texas – y con la cabeza señaló al señor.
Como Dani se había relajado Natalia también. Era la historia de siempre. Uno se enfada y el otro más, uno se tranquiliza y el otro más, y aquí no ha pasado nada. Hasta nueva discusión.
–Qué malo eres–le respondió con una sonrisa mientras se ponía de pie–Seguro que ese pobre hombre hace diez años que no habla castellano con nadie, diez años mínimo, y está desesperado. Pobre hombre.
–Puede hablar castellano con su mujer.
–Ya...no, qué va, entre ellos deben de hablar inglés.
–¿Vas a cambiarte?
–Sí, voy al lavabo– cogió la ropa y se aseguró de no olvidarse nada–. Enseguida vuelvo.
–Vale, voy pagando.
Natalia se adentró en el pasillo, siguiendo el cartel de Restroom, porque allí, el toilet no existía, y Dani centró la atención en el partido.
Un jugador había efectuado una falta violenta, y los espectadores parecían alarmarse.

La que se va a liar, pensó.

Miró el reloj.

¿Por qué tarda tanto Natalia? Sólo es un bikini.

Decidió ir pagando, para agilizar. Se habían entretenido demasiado y a las 22h debían entregar el coche en el aeropuerto de San Francisco. El partido mantuvo el toque violento, los jugadores empezaban a mostrarse nerviosos. Dani miró el reloj. ¿Qué estaba haciendo Natalia durante tanto rato? La cuenta estaba pagada hacía casi diez minutos y la señora empezaba a lanzarle miradas sospechosas que él trataba de evitar. Al final, la mujer se le acercó con el mismo paso torpe, y Dani se vio obligado a prestarle su atención.
–¿Vas a querer algo más?
Una invitación sutil a abandonar el local.
–No, gracias, sólo estoy esperando a que mi novia salga del lavabo. Ha ido a cambiarse de ropa.
–¿Su novia?
–Sí, la chica que me acompañaba.
–Usted ha venido solo.
Dani pestañeó, sin entender.
–Yo he venido con una chica, ¿no se acuerda? Le ha dicho que parecía americana por lo rubia que es.
–Lo siento, pero no había ninguna chica, ni rubia ni morena. Usted ha entrado solo.