Pocas
sensaciones calaban en Rachel como la de graduarse siendo la primera de su
promoción. Acabó la carrera con una media sobresaliente, pero eso ya se lo
imaginaba ella, porque su esfuerzo había sido sobrehumano desde el primer
semestre.
Aquel
verano Mike, su novio de toda la vida, le propuso hacer un viaje. Quizás
podrían ir a España, alquilar un coche y visitar los pueblos costeros del
mediterráneo. Tal vez podrían llegar a Francia. Decían que la Costa Azul era de
lo más maravilloso que existía. Al principio Rachel se ilusionó como una niña. Sí,
sí. La playa mediterránea es una buena idea. Sangría y sol, y noches
interminables. Pero pasados unos días esa ilusión se fue desvaneciendo en
secreto, como las velas olvidadas en una esquina. Sería mejor empezar unas
prácticas, iniciar una experiencia laboral que la dotase de prestigio siendo
todavía joven. Cuando sus amigos graduados se iniciasen en el mercado laboral
ella ya tendría parte de su camino hecho. Y eso era una ventaja enorme. Así que
habló con Mike. Prefiero empezar a trabajar, ahorrar dinero, así podremos
vivir juntos, y el año que viene hacer un viaje mejor. Ya sé, iremos a Disney
World, y me haré una foto con Rapunzel.
De
acuerdo, dijo Mike. Y aunque Rachel tenía más de veinte años y
un carácter disciplinado, le gustaba su afán Disney. Un poco de ingenuidad en
su carácter estricto no iba mal. Al fin y al cabo, se parecía un poco a
Rapunzel. Mike la observó como quien sopesa un plato de comida precocinada en
el súper. Rachel tenía una bonita melena rubia, muy bien cuidada, era menuda y
agraciada, y solía vestir con tonos violeta. Era una chica de color pastel.
Podría aparecer en la portada de esas novelas románticas para adolescentes. No
las de vampiros, las otras sobre amores juveniles.
En
fin, Rachel se tomó en serio sus prácticas. En la oficina la valoraron como la
ejecutiva agresiva que sería. No os dejéis engañar por su edad joven y su
aspecto virginal, empezaron a comentar sus compañeros, es una experta
financiera con mucho carácter.
Aunque
el sueldo de Rachel no era gran cosa (los becarios no pueden presumir de
sueldo), pudo irse a vivir con Mike, ya que él sí tenía un trabajo estable
desde hacía tiempo. No era un piso muy grande, ni la idea que Rachel poseía
sobre un nido de amor, pero era céntrico y barato.
El
año pasó rápido, como las páginas de una novela mal escrita, y con la llegada
del verano Mike empezó a planear de nuevo las vacaciones. Quizás no cobramos
tanto para ir a Disney World, comentó a Rachel.
No
importa, dijo ella, soy becaria, así que tampoco tengo
días de vacaciones.
A
principios de otoño Rachel se sintió segura para dar el gran salto, así que
decidió abandonar su contrato basura y buscar otro con un sueldo decente.
Estudió el mercado, las empresas, la solvencia y la reputación de las
compañías, y su lucha acérrima le permitió incorporarse en la mejor
multinacional. O al menos, la que ella consideraba la mejor. Las oficinas
estaban situadas en el centro de la ciudad, en el interior de uno de los
edificios más altos. Era una torre acristalada que se elevaba vertical y que en
los días de lluvia parecía tocar las nubes grises, sucias, como algodón usado.
El
sector financiero era lo que se decía del mundo, un pañuelo, y había oído cosas
horribles de Herta Hamilton, la ejecutiva que sería su jefa. Pero Rachel no era
mujer alarmista, sólo debía cumplir con sus obligaciones y la cosa iría sobre
ruedas. Sería la mejor trabajadora, y así tendría un sueldo más que desahogado,
y con eso, se compraría un piso bonito, envidiable, y viajaría a Disney World
el siguiente año. Se haría una foto con Rapunzel.
El
primer día de trabajo conoció a Emily, una chica a punto de formar una familia
que le informó sobre el ambiente asfixiante que se respiraba en las oficinas.
Herta era una tirana en toda regla. Ante las quejas de Emily, Rachel pensó: eres
un cáncer para la empresa, una negativa, no sabes cumplir con tus obligaciones.
Así que mientras Rachel lanzaba dardos imaginarios a Emiliy, ésta halagaba su
larga melena rubia, que ya le llegaba casi por la cintura.
A
los pocos días Rachel conoció a la famosa Herta Hamilton. La había seguido de
cerca en Twitter, en Instagram y, cómo no, en la prensa. Pero una cosa era la
imagen plasmada en el papel, y otra muy diferente la real. Herta también era
rubia, pero diferente a ella. Su jefa era un cuerpo creado a base de bisturí y
sesiones de rayos uva. Apareció en la oficina con gafas de sol y joyas enormes,
taconeando por los pasillos como una estrella de Hollywood que huye de la
prensa. Rachel quedó impresionada. Quizás se parecía más a una participante de
Famosas de Bervely Hills. Rachel dedicó un momento a buscar los detalles
que se le habían escapado cuando la seguía en las redes sociales. Herta hablaba
de una manera peculiar, era como si estuviera borracha. Enseguida desechó la
idea. Era Herta Hamilton, la mujer poderosa. Tardó tres horas en descubrir que
no era embriaguez sino botox lo que la hacía perder el tono.
Rachel
se comparó con ella. El suyo, era un aspecto virginal. Su melena proyectaba una
ingenuidad que detestaba. Quizás debería erradicar su vestuario lila y rosa.
Tenía veinticuatro años, por favor, era hora de acabar con esa imagen aniñada.
Decidió que esa misma tarde iría a la peluquería, y en cuanto cobrase la
primera nómina haría un cambio de armario. Adiós colores pastel, vestiría como
una mujer.
Sin
embargo, no pudo hacer ni una cosa ni la otra. La bombardearon a trabajo.
Informes, reuniones, presentaciones...curvas cash flow, bonos a diez años,
acciones, Leasing, Forward, depósitos, deuda vencida, deuda relacionada, deuda
impagada, más deudas, más bonos. A principio, la sobrecarga de información la
dejó como Alicia después de ver la sonrisa del Gato de Cheshire, alucinada y
confusa. Pero no era de las que perdían el norte con facilidad, así que pronto
se recuperó. Se forjó una imagen de una Herta joven y con ambiciones. Seguro
que empezó como ella, desde lo más bajo. ¿Se habría quejado? Pues claro que no.
Y pensando en Herta, se dio cuenta de que la admiraba en algunos aspectos, pero
otros...ñññeeee. Esa imagen de diva alto standing no era seria ni formal. Y
tomó una decisión, se convertiría en una versión de Herta Hamilton mejorada.
Una Herta Hamilton 2.0. O algo por el estilo.
Las
horas extras llegaron como un acuerdo tácito. Se las imponían como parte de su
responsabilidad, pero ella tampoco se quejaba. Era la primera en llegar a la
oficina y la última en marcharse a casa. Los fines de semana enviaba y
respondía mails, y los domingos avanzaba presentaciones. Todos los jefes estaban
encantados con su proactividad y su esfuerzo. Sin embargo, Mike no opinaba lo
mismo. Las broncas se volvieron cotidianas, y la distancia entre ellos crecía
como el moho en la madera húmeda. La
relación acabó con un portazo de Mike en el pisito céntrico, y sus cosas
vendidas en internet. Pero Rachel no podía evitar un cierto descanso. Mejor
así, sin Mike podría dedicar todo su tiempo a lo que realmente era importante.
Ya encontraría otro mejor con quien ir Disney World y que le hiciera una foto
con Rapunzel.
Rachel
se enfrascó en su trabajo. No tenía tiempo para las relaciones sociales ni
tampoco pretendía dedicar mucho esfuerzo a nada que no fuera prosperar en su
empresa. Herta Hamilton reconocía sus aportaciones, y delegaba en ella más
trabajo del que resultaba normal. Se reunían en el despacho y con esa voz
quebrada por la inexpresión de las inyecciones, le mandaba una lista de tareas
casi inhumana.
Un
día Rachel conoció a Patrick. Era el responsable financiero de la sede alemana.
Y, por cierto, muy atractivo. Había venido por motivo de una conferencia. Ambos
congeniaron, descubrieron una afinidad divertida y cenaron juntos. El segundo
día también cenaron juntos, y además acabaron en la cama. A partir de ahí, la
relación se volvió más estrecha. Un ligue de una semana, pensó Rachel, nadie
tiene por qué enterarse.
Y
efectivamente nadie se enteró del affaire de los dos trabajadores. Eran
expertos en discreción. Patrick tenía todo lo que Rachel admiraba en un hombre:
posición, respeto, una carrera que había tocado las estrellas. Pero estaba
casado. Una noche, entre las sábanas de colores que Rachel había comprado con
Mike años atrás, Patrick le dijo: ¿Para qué quieres ir a Disney World? Ya
eres Rapunzel. Tienes el pelo tan largo que da miedo, y tu jefa te tiene
encerrada en la torre.
Y
Rachel se detuvo a pensar. Un poco molesta, llegó a una conclusión muy simple.
Herta no la retenía, ella permanecía por propia voluntad.
Aprovechó
una mañana tranquila para cortarse las puntas. Eligió la peluquería más cercana
de su trabajo. La peluquera, al ver aquella melena destrozada, se alarmó. ¿Cuánto
hace que no pisas una peluquería? Y Rachel, un poco avergonzada admitió: Tres
años, quizás más, es que no he tenido tiempo. A lo que peluquera replicó: ¿En
tres años no has tenido tiempo?
La
peluquera intentó salvar lo que pudo de la larga melena, pero el estado era
crítico. Cortó el pelo por encima de los hombros. Al principio Rachel sintió pánico,
pero pronto descubrió la comodidad. Mejor así, no tendría que preocuparse por
banalidades.
Y
un día ocurrió lo que la gente cuchicheaba. Herta Hamilton tuvo una crisis de
ansiedad tan grande que acabó ingresada en una clínica de...de algo que nadie
sabía muy bien. Y Rachel participó en los comentarios que se propagaban por la
oficina. Pobre Herta, pobre, sí sí. Tan joven y sufriendo infartos.
Pero
Rachel sólo era ingenua por fuera. Era la única que conocía los detalles de la
agenda de Herta. Durante años se había deslomado en convertirse en su mano
derecha. Debía aprovechar la situación.
Se
las ingenió. Buscó responsables y se hizo dueña de los temas abiertos. Ante
tanta proactividad, tardó tres meses en ser nombrada jefa de división. Le
arreglaron un despacho, no tan grande como el de Herta, pero con buenas vistas
de la ciudad. A esas alturas su pelo rubio había adquirido una tonalidad
grisácea, sin vida. Llenó su armario de trajes negros y formales. Herta
Hamilton 2.0. Nada de parecerse a las ricachonas de Bervely Hills.
Una
semana después, una chica nueva se incorporó a la oficina. Tenía veintitrés
años y acaba de graduarse con notas impecables. Rachel notó cómo la observaba
mientras recorría el pasillo con el bolso colgado del brazo y el café
descafeinado de máquina con leche de soja y azúcar moreno en la mano. Descubrió
la admiración que ella misma había sentido por Herta años atrás. Y entonces fue
consciente de lo ingeniosa que había sido para desbancar a Herta. Y al
contemplar a la nueva pensó: esta no va a ser como yo, esta no ascenderá, a
esta la echaré en un mes. Sólo por prevención.
Enhorabuena María, presentas un excelente relato con una presentación, desarrollo y conclusión que demuestran un gran talento para la narrativa. La riqueza en tu vocabulario, más los toques de actualidad hacen de la chica pastel un texto divertido y delicioso en su lectura. Un gran saludo y adelante con este estupendo espacio literario.
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel, me alegro de que te haya gustado. Un besito y feliz sábado! :))
EliminarEstá bien tener ambiciones laborales y querer prosperar, pero el trabajo no puede ser lo primero, incluso lo único, en la vida. Qué bueno tu relato, María, tiene muchos matices y toca varios temas actuales muy importantes. Creo que la protagonista haría muy bien en tomarse unos días sabáticos y meditar sobre quién iría a verla a ella al hospital si tuviera que internarse... Además, el trabajo puede perderse en un momento dado; el afecto y apoyo de los que te quieren de verdad, no.
ResponderEliminarUn gran trabajo, guapa, ¡enhorabuena!
Besitos de miércoles.
Estoy de acuerdo contigo Julia, no sé quién iría a verla si tuvieran que ingresarla, pero desgraciadamente hay personas que no valoran las relaciones humanas y todo el trabajo les parece poco.
EliminarUn besito y feliz sábado!! Muuaaa
Vaya evolución la de Rachel, no la esperaba pero me ha gustado porque hace que pensar. Sigo diciendo que da gusto leerte, es lo tuyo, escribir.
ResponderEliminarUn besazo
Muchas gracias guapa! Me alegra de que te guste!
EliminarUn besito!! :))
¡Hola guapa!
ResponderEliminarExcelente relato, me ha enganchado el realismo e incluso muchas personas que hemos trabajado en el mundo oficina, sabemos de sus entresijos y de esos niveles de competición, cuando alguien resalta más que el resto.
Muy buena descripción de 'la selva' de la oficina y la evolución del personaje de Rachel.
¡besotes!
Muchas gracias por tus comentarios! Sí sí, la ambición (en el sentido negativo de la palabra) de algunas personas perjudica a los que hay alrededor. Yo creo que también hay que vivir la vida y disfrutar de los pequeños detalles. Pero cada uno valora lo que siente, pero bueno, yo prefiero trabajar menos y disfrutar de una cena tranquila con la familia y amigos.
EliminarUn besito guapa! Feliz sábado :))
¡Genial María! Es curioso y triste en cierta medida ver como a medida que avanza el relato y la protagonista alcanza la madurez va perdiendo sus sueños e ilusiones por el camino..., y como va posponiendo las cosas que le hubiera gustado hacer. Lo expresas muy bien. Mientras esto ocurre, se va introduciendo cada vez más en el mundo gris y competente de las oficinas hasta el punto de verse reflejada en otro personaje.
ResponderEliminarPerfecta la descripción y evolución del personaje. Enhorabuena María, ¡un abrazo!
Sí, es muy triste, pero hay gente así, muy adicta al trabajo que va posponiendo esas pequeñas ilusiones que nos da la vida.
EliminarUn besito guapa y gracias por tu comentario :))
¡Hola Guapísima! ^_^
ResponderEliminarUn relato muy bueno, desde el principio me ha enganchado. El trabajo no puede serlo todo en la vida. pero la evolución de Rachel está muy bien explicada y desarrollada. ¡Genial!
Un besote enorme!
Mia
Hola guapa!! Yo pienso igual que tú!! Un besazo y que tengas buen finde!
EliminarMuuaaa
A veces no somos capaces de reconocer en qué nos hemos convertido hasta que nos vemos reflejados en alguien. Impecable trayectoria la de Rachel hasta parecerse físicamente a la mujer gris y sin sentimientos que lleva dentro. Enhorabuena por el relato, María
ResponderEliminarExacto Eva, yo creo que este tipo de personas no saben lo que se están perdiendo. Muchas gracias por leerme y comentar.
EliminarUn besito :))
Que buen relato, me gusta como escribes^^
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias, me alegro de que te guste
EliminarBesitos :))
Hola, que buen relato Maria, la verdad lo he leido muy rapido, no me ha parecido pesas. Sin duda tienes dotes de escritora, me encantaría seguir leyendo lo que escribes, un saludo y nos leemooos :)
ResponderEliminarUn círculo vicioso el que muestras en el relato. Me quedo con la reflexión que esconde, todos podemos convertirnos en lo que más odiamos siempre que se den las circunstancias adecuadas. Y muchas de las actitudes que criticamos podemos adoptarlas como propias conforme la vida nos va "educando" en la ley de la supervivencia social. Buen relato! Saludos!
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