martes, 27 de marzo de 2018

Relato: Chantal y su burbuja de felicidad


¡Feliz martes a tod@s! ¿Cómo va vuestra semana? ¿Tenéis vacaciones? Yo no, excepto los cuatro días de Semana Santa. 
He estado un mes clavado sin publicar nada, no por falta de ganas sino de tiempo. Acabo de ver que mi última publicación fue el 27 de febrero. En fin, a todo se sobrevive, así que os dejo un relato que se me ocurrió hace algún tiempo pero que no había escrito hasta ahora.
¡Espero que os guste!

Chantal y su burbuja de felicidad

En caso de emergencia, dibuje una puerta (Beetlejuice)

Cuando Mercedes era joven, las personas no comían pescado crudo sobre una bola de arroz. Tampoco se expresaban con palabras complicadas como hipopresivo, zumba, pádel, o utilizaban frases ambiguas aprovechables en más de un contexto, como me estás rayando. Y evidentemente, se conformaban con unas vacaciones a la playa más cercana. En realidad, no era conformismo sino otro modo de ver las cosas. Y ahora… ¿qué es eso de ir a Nueva Zelanda? Mercedes ni siquiera es capaz de ubicarlo en un mapa.
Poco a poco empieza a imaginar los peligros consecuentes. Nueva Zelanda suena a lejanía incalculable en kilómetros, y no le genera seguridad. Ella ni siquiera había tenido una luna de miel decente, cualquiera le decía a su Adolfo que cogiera una semana de vacaciones en la fábrica. Y eso que su Adolfo había sido un gerente querido y respetado.
Pero Mercedes sabe que esa vida ya forma parte del pasado, como un zapato roto, de suela desgastada. Ahora Chantal, ¿se llama así? le parece sacada de otro mundo, como esos documentales sobre extraterrestres que su nieto solía ver en yutup. Hasta el nombre de la chica es extraño. Lo repite para sí: Chan…tal. Chantal. ¿De dónde lo sacaría su madre?
¡Chantal!
Mercedes ha elevado la voz, pero claro, Chantal sigue inmersa en su burbuja de felicidad donde sólo ella decide qué es importante y qué no. Ni siquiera ha hecho el intento de elevar la mirada y toparse con la de ella. Si fuera así, la historia sería diferente.
No hace mucho que Chantal ha llegado del trabajo, o eso piensa Mercedes. Debe de trabajar en alguna oficina, quizás en un banco, porque siempre viste muy elegante. Está demasiado delgada, eso sí, pero es porque necesita comer caliente y no ese pescado crudo llamado susi, ni comida en cajas de a saber qué restaurante de mala muerte. A Mercedes no es que le parezca mal que Chantal trabaje tantas horas, debe de ser una chica lista, con un futuro prometedor y todas esas cosas, pero su casa parece una pocilga y fuma como un demonio. Un demonio fumador, claro.
Mercedes trata de promover la cercanía, y efectúa unos pasos hasta Chantal mientras ella calienta los fideos chinos en el microondas. Nada, la chica ni se inmuta. Entonces, durante un instante, parece que sus miradas se cruzan…No, no ha sido nada, piensa Mercedes desilusionada. En ese momento aparece el gato gris de Chantal, con sus movimientos pesados de ballena, y se deja caer a los pies de su dueña. Lo que le faltaba por ver, gatos con problemas de sobrepeso. Mercedes se siente un tanto desorientada, y sin saber muy bien qué más hacer, cruza los brazos y limita su actuación a la de mera espectadora mientras Chantal responde al teléfono.
Sí tía. Ya ves. Necesito ya las vacaciones. No lo sé, a mí qué me cuentas…
Mercedes empieza a desesperarse. Se acerca a ella y trata de pasarle una mano por la cara. Nada. Es como sacarle la lengua a un ciego. Chantal está demasiado sumida en la conversación, en su burbuja feliz.
Qué ganas de irnos a Nueva Zelanda, tía. Veremos Hobbiton.
Qué manía con irse a Nueva Zelanda, piensa Mercedes.
Entonces, la mujer encuentra un atisbo de esperanza cuando el gato se la queda mirando. Es posible que la haya visto. Dicen que los gatos tienen un sentido especial para estas cosas. Claro, que también es posible que haya tenido una subida de colesterol. Podrían ser ambas cosas. No parece muy asustado, pero sí se mantiene alerta. Y solo entonces Chantal parece asustarse. Mercedes empieza a confiar en el instinto del gato rollizo. Durante unos segundos Chantal aparta el móvil de la oreja y otea el perímetro. Cuando el microondas suena, retoma lo que estaba haciendo.  
Qué susto me ha dado el gato, tía, se ha quedo quieto, ni que hubiera un fantasma.
Y así, todo vuelve a la normalidad para Chantal. Y no es que a Mercedes le sulfure la manera que tiene esa chica de establecer las prioridades, pero piensa que al menos podría recoger los platos cuando termina de cenar.

A Mercedes le sería útil volver ver esa película en la que salía el chico de Dirtidansin. Ese tan guapo que murió hace unos años. Qué pena. Si no recuerda mal, en la peli un mendigo le enseña a tocar los objetos. Si supiera cómo hacerlo la historia sería diferente. Podría lanzar los platos, revolver los muebles, encender y apagar las luces. Con tanto movimiento, Chantal por fin se asustaría.
Ains, por un lado, le sabe mal asustar a la pobre chica. Es verdad que lleva una vida rara y demasiado precipitada, que cambia de novio cada semana, aunque ahora se les llama amigos. ¿Qué es eso de novio? Si no gastase tanto dinero en ropa, en cerveza y en modelitos para ir a la discoteca y la oficina, podría ahorrar y comprarse un piso grande y muebles de calidad. Y también podría comer caliente, que falta le hace. Por otro lado, Mercedes siempre ha sabido reconocer un compromiso. Asustarla es su obligación. Debe aprender a encender y a apagar las luces de casa. Así que urde un plan. Hará como en esas películas que veía su nieto. Se colocará al final del pasillo y cuando Chantal se vaya a dormir verá su silueta. Cuando sumida en la paranoia encienda la luz, Mercedes desaparecerá. Y cuando la vuelva a apagar allí estará ella de nuevo. Hará un auténtico postergueis. Solo espera no tropezar con los zapatos tirados por el suelo, porque Chantal será elegante y lista, pero es una auténtica marrana que se alimenta de comida basura.

Mercedes lleva el día ensayando. Ha aprendido a encender y apagar las luces. El único inconveniente es que ahora el gato gris y rechoncho se ha encaprichado de ella y la persigue tratando de tirar del hilo que cuelga de su camisón. Podría asustarlo, hacer un postergueis, pero es un gatito tan gracioso que no se siente con ánimo de causarle mal. Además, no ha hecho daño a nadie. Chantal tampoco, pero la suerte es la suerte, y quizás tiene mal karma por algo que hizo en otra vida y ahora le ha tocado sufrir las consecuencias paranormales.

Es la hora, Chantal está cenando un tupper que le ha dado su madre. Ni siquiera se molesta en coger un plato, come directamente del plástico entretenida con ese programa de cantantes jóvenes que pretenden hacerse famosos.
Claro, normal que coma del tupper, piensa Mercedes, si es que no tiene ni un solo plato limpio.
Entonces Mercedes sufre un ligero momento de estrés y olvida lo aprendido. La poca materialidad que había conseguido se ha esfumado. Ser un buen fantasma no es como montar en bici, que dicen que no se olvida nunca. Ya no sabe cómo tocar el interruptor. El gato, sin exhibir un ápice de miedo, se le acerca mimoso, y ella siente una fuerte necesidad de acariciarlo. Y sin saberlo, la escena le produce un ligero escalofrío a Chantal, que ha detectado algo anómalo y se ha asustado.
Esa noche Chantal duerme tapada hasta las orejas.

Mercedes empieza a entender que relajada trabaja mejor. Chantal habla por teléfono con una de sus amigas de espinin mientras cuelga en el armario la ropa nueva que se ha comprado por Zalando. Se ve que por internet se puede comprar de todo, zapatos, bolsos incluso ese viaje a Nueva Zelanda. Mercedes aprovecha la ocasión para dar un portazo en la puerta del baño, lo cual provoca en Chantal un estado casi catatónico. Sale a toda prisa del dormitorio y al encontrar todas las puertas abiertas queda sumida en la estupefacción. Ha escuchado la puerta cerrarse, no está loca. El rostro de la chica provoca en Mercedes un terrible sentimiento de culpabilidad. Pero no hay trabajos fáciles, tiene que dejar sus emociones morales a un lado. Chantal cuelga a su amiga e inmediatamente llama a su madre, y con voz temblorosa mantiene una conversación en la que la mujer debe de dejarla como una estúpida paranoica. ¿Cómo va a haber un fantasma en tu casa? Se oye la voz de la señora. A final parece que la convence, aun así, Chantal duerme con la luz encendida y tapada hasta las orejas.

Es el día del gran postegueis. Chantal se ha marchado a trabajar hace un par de horas. ¿Cómo lo hará? Desordenaría la casa, pero ya lo está. Parece que hayan entrado a robar. Mercedes sopesa su gran actuación, en su imaginación todo va sobre ruedas. Quizás se ponga a gritar, o a llorar desconsolada, oír voces de lamento debe de inducir un pánico terrible. Se coloca al final del pasillo, junto a la habitación de los trastos. Desde ese rincón Chantal la podrá oír, y cuando la chica se acerque quizás sienta el goteo del grifo del baño. Entonces entrará, con su paso lento de persona aterrada y encontrará la bañera a rebosar de agua. ¿Se atreverá a quitar el tapón y vaciarla?
Solo espera que la pobre muchacha no tropiece con los zapatos que tiene tirados por el suelo. Hay que ser desordenada para poder vivir en una leonera como esa. Mercedes coge unos botines color beige y al pretender devolverlos al zapatero encuentra que éste es un auténtico caos. Coloca las bambas blancas correctamente para que los botines quepan. Y si las sandalias estuvieran bien ordenadas también cabrían las manoletinas color mostaza. Que chiquilla, esta Chantal. Una cosa lleva a otra o, mejor dicho, un calzado le lleva a otro. ¡Qué cantidad de zapatos, Virgen Santa!
En apenas veinte minutos todos quedan ordenaditos, por colores y tamaños, en el interior del zapatero. Ahora el piso se ve mucho más recogido. Si la cocina estuviera limpia podría remover los cubiertos y los vasos, abrir y cerrar los cajones sin que los restos de la noche anterior salpicasen a nadie.
Allá voy, se dice Mercedes. Es pura practicidad, piensa, con orden se trabaja mucho mejor.

Deben de ser las ocho de la tarde, y en el cielo aún existen vestigios de luz diurna. Es la parte buena de que se acerque el verano, que los días se irán alargando. Mercedes se sienta en el sofá, el día no se ha desarrollado como tenía pensado, pero al menos ha sido provechoso. El gato gris la sigue lentamente y se coloca junto a sus piernas. En ese momento la cerradura de la puerta produce un sonido lejano. Chantal se adentra en el interior del piso, y la expresión de su rostro, que ha empezado siendo recelosa ha dado paso a una extrañeza estupefacta.
Es evidente que ha notado el aroma de limón que desprende el suelo recién fregado. Rápidamente se dirige al dormitorio, abre el zapatero y allí están todos sus zapatos bien colocados. No puede ser, parece exclamar Chantal. La ropa que había tendido hacía diez días ahora reside planchada y doblada sobre la cama. Y lo más extraño, la cama está hecha. Chantal sale del dormitorio, y Mercedes no sabe si está asustada o contenta. Entonces un olor proveniente de la cocina la hace dirigirse hacia allí. Sobre la encimera, hay un plato de lentejas que aún desprende un humo caliente.
Ya haré un auténtico postergueis otro día, se dice Mercedes.